Mujeres de una grande y profunda fe, que a través de su vida consagrada fueron configurándose con Cristo Jesús, y dieron testimonio fehaciente de compasión y misericordia ante el sufrimiento y el desamparo de tantas niñas huérfanas y abandonadas.
Mujeres de limpio corazón porque a través de una vida hostil, llena de oscuridad y sufrimiento, descubrieron la presencia del Dios amor en las personas y en los acontecimientos, renovando su existencia y volcándose en formar cristianamente a la niñez y juventud.
Mujeres de comunión eclesial, supieron acoger la voluntad de Dios en las decisiones de las autoridades eclesiásticas y le confiaron su obra, reconociendo que Él les acompañaba, de manera providencial, en los orígenes del Instituto.
Mujeres de una rica y fecunda espiritualidad, transmitida a sus hermanas de congregación y a sus colaboradores, marcada por: la oración confiada y humilde en las adversidades, el agradecimiento sincero y constante ante los beneficios recibidos, la petición oportuna a Dios para refrendar su propio camino de seguimiento a Cristo.
Mujeres virtuosas, colmaron su ambiente de: sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación y pasión misionera, imitando a Cristo en su confianza al Padre y en su entrega incondicional a la salvación de la humanidad.
Mujeres con rico espíritu discipular y misionero, cargado: de silencio confiado y orante, de cruz amorosa y servicial, de gratuidad precisa y providente, de enseñanza humanizante y cristiana, de itinerancia misionera y testimonial.
porque su testimonio de vida,
su carisma, su misión
y su espiritualidad siguen perdurando
en el tiempo
dejando huellas de superación,
gratuidad, fe, esperanza y
transformación en las personas a las
que ha llegado
su acción misericordiosa y
providente.
Hna. María Jesús Melón, ctsj
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